martes, 24 de abril de 2018

En mis recuerdos

Cierro mis ojos y comienzan a proyectarse imágenes, luces de colores como un caleidoscopio de sensaciones y vivencias con seres que me acompañaron, cuidaron y amaron en mis primeros años de vida. Percibo felicidad y la profunda convicción de haber sido querida y deseada por mi familia.

Aparecen escenas que tienen como protagonistas a aquellas sabias mujeres que supieron transmitirme los valores y las cualidades de una persona honorable e íntegra: Tía María y Abuelita Isabel, mujeres fuertes que, a pesar de las dificultades y del paso del tiempo, siempre conservaron la alegría y la juventud en su espíritu.

Tía María y sus recetas de remedios caseros que demostraban su vocación de servicio y su afán por aliviar las tristezas con amor y compañía. Mi Abuelita Isabel, que por momentos parecía severa, pero cuando su mirada penetraba en mis ojos, sabía que nada malo podía pasar a su lado. Estas dos mujeres construyeron una alianza en la cual sólo fluían las buenas intenciones. Recuerdo las canciones y las historias que nos relataban. Tan reales que por momentos sentí vivirlas. Ese mundo de seres fantásticos y de ángeles que nos guardaban siempre me acompañaron.

Fue mi adorada Tía quien me enseñó las primeras oraciones, a entender que Dios estaba en nosotros y sentir que nos protegía. Aprendí junto a ella a explorar la profundidad de las cosas sencillas, a saber que lo bueno y verdadero siempre es lo simple. Aprendí a cocinar viéndola cocinar. Esa atmósfera natural en la que me quedaba observándola y ella cuidando los tiempos de cada ciclo, las purgas en los cambios de estación y el respeto por el otro.

Y como descendencia de estas ellas, está mi Abuela. Querida Mamá Betty, la que durante toda mi vida me ha acompañado, dejándome experimentar la vida y sosteniéndome con su comprensión infinita en cada caída. Mi abuela, alma sincrónica a la mía. Te percibo y apareces en mis pensamientos. Los años han pasado, pero sigues teniendo esa apertura que te hace única. No envejeces porque sigues disfrutando de la vida. Te atreves a experimentar el placer del sentir a través de tu cuerpo y en el contacto con la naturaleza.

Gracias mujeres divinas por inspirar mi vida. Pasa el tiempo y los recuerdos se hacen carne.